ENVÍOS QUE NOS DEJAN CON EL CORAZÓN EN LA MANO





Hay envíos que merecen un detenimiento porque desde el sobre ya anuncian maravillas, como es en este caso.



La hoja en la que se enmarca la dirección de nuestro centro es el umbral simbólico que nos da pistas sobre lo que encontraremos en el interior. Si investigamos un poco, desde la botánica y su simbolismo, la hoja pertenece a ginkgo, un fósil viviente, árbol de la sabiduría en regiones asiáticas y de la sabiduría, para religiones como la budista. Una invitación a descubrir mundos desconocidos por estas latitudes menos propensa a conservar lo que vale la pena... Con tan solo ese detalle por parte de la artista, ya hubiera merecido toda nuestra atención. 

Y, sin embargo, cuando abrimos el sobre, la sorpresa que se anunciaba se confirma. Veámoslo en una especie de secuencia:






La obra está inspirada en las Ciudades Invisibles, se representa una de ellas, tal vez la de Cloe. De ella cuenta Italo Calvino al inicio que: "En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen. Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que podrían ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias, los mordiscos. Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan un segundo y después huyen, husmean otras miradas, no se detienen." La noche, asentada sobre ese papel de aguas pintado a mano, nos invita a sumergirnos en sus calles de una manera misteriosa y bella a la vez. El destino que ha de cumplirse parece persuadir al espectador para recorrer sus calles, sus edificios, la vida que late en cada ventana. La luna como testigo muda del misterio que se nos presenta sobre ese fondo infinito.

Pero hay más (aunque para eso hay que tenerla entre las manos): dos objetos en la base del desplegable. Por un lado, un pequeño bote, con dientes de león. La infancia retenida, la que no se quiere perder y queremos dejar detenida en el tiempo, como un reloj de arena en horizontal. Y la contradicción, el deseo de, abrirlo, tomar entre los dedos su débil tallo, para pedir que el vuelo se inicie, por fin. Un soplo de vida para desear un nuevo vuelo en la vida. A su modo, y si lo pensamos, este gesto supone una acción poética... 

El segundo objeto es una especie de lupa, para descubrir, a través de la lente roja, lo que es invisible a los demás, lo que solo ve las personas capaces de ir más allá de lo visible. Esas personas generosas, que tiene la sensibilidad suficiente para mostrar al resto que la realidad se puede mirar con otros prismas, con otras lentes más auténticas, más imaginativas y exactas a la vez...

Estamos ante un tesoro no cabe la menor duda. Cerramos y abrimos, con mucho cuidado, la obra de Esther Mañoso, con morosidad, como aconsejaba Hölderlin mirar la belleza de la rosa; y caemos en la cuenta de que el lema de nuestra IV Convocatoria también se lee de otra manera. Porque las cosas se pueden hacer de otra manera: con belleza, con autenticidad, con rigor y amor a los detalles, con imaginación a raudales. 

Es una suerte increíble tener entre nuestras manos una obra como la de Mañoso. El mundo parece más hermoso y justo con su presencia. La artista ha puesto su corazón en la obra y nosotros quedamos con el nuestro pendiente de sus manos.

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